Monday, September 11, 2006

Paseo a la chilena

Tengo una tía de esas inolvidables. Inolvidables porque nos han hecho protagonizar historias rarísimas. Ella y mi madre (que de vez en cuando comparte sus niveles de locura) se les ocurrió celebrar nuestras fiestas patrias comiendo empanadas por alguno de los cerros de la cordillera. La idea no era ir tan lejos, pero respirando aire puro. La cosa es que mi tía decía saber un lugar.

Pero parece que no lo sabía. Recorrimos santiago buscando un sitio donde instalar el famoso picnic dieciochero. Hasta que entramos por una villa, que quedaba al final de Departamental, llegando a los cerros. Después de esa villa se veía un acceso a un cerro.

Entramos a un exclusivo condominio. Al guardia le dijimos que estábamos cotizando casas porque queríamos cambiarnos. Llegamos hasta el final de esta villa de casas gigantes. No existía acceso a un cerro o a alguna cosa parecida para picnic.

Y llegamos a una especie de callejón, bordeando una casa. Como estábamos ya cansados y frustrados, paramos el auto. Mi mamá y mi tía se bajaron del auto para conversar. Era como una importante reunión de pasillo, de esas que cambian una decisión. Mi mamá se ponía el brazo en forma de visera y con el otro apuntaba hacia el cerro. Mientras, mi papá- que era el chofer- y mis dos hermanas escuchábamos un cassette de los Guiabas. Era una espera tediosa. Todos estábamos aburridos.

Hasta que mi mamá llegó diciendo que nos comeríamos aquí no más las cosas. Tenía sentido, porque estábamos todos muertos de hambre.

Imaginé la situación como un alto en un viaje largo, como lo hacíamos en la carretera al norte cuando era chico: nos bajábamos del auto, comíamos un sándwich parados en la berma, estirábamos las piernas, un vaso de bebida y listo, de nuevo al auto. De la misma forma lo entendieron mi papá y mis hermanas.

Pero la idea era otra.

Siempre recuerdo la cara de extrañeza de mi papá cuando vio sacar el canasto de mimbre a mi mamá, la que contenía la comida y los utensilios para el picnic. Pero también recuerdo la risa que me dio ver a mi tía y a su hija pequeña ajustándose una chupalla de mimbre toda campestre, con un chal colgando del brazo.

No lo podíamos creer. Las señoras se habían puesto de acuerdo en hacer el famoso picnic aquí, en medio de la calle. Se ponían chupallas de mimbre simulando pertenecer a la familia de los comerciales de ZUKO. Se estaban instalando en el suelo, a la orilla de una vereda. Frente a una casa.

La verdad es que nadie lo entendía mucho. Pero ahí estaban las 2 señoras. Tan pitucas que se las daban. Se instalaban en el pasto de la vereda con chupallas, un chal azul con negro y una canasta de mimbre ¡¡ a comer empanadas!!!

No duramos ni 5 minutos. Con mi papá comíamos parados y tratando de no pelear con las dueñas de la celebración. Nadie enganchaba con la idea. Nadie excepto ellas.

En eso llegó un guardia de seguridad del condominio. Nos pidió que nos fuéramos. Estábamos todos avergonzados, pero mi mamá estaba más que nadie. Cuando se siente humillada, ella se enoja, trata de defenderse con argumentos indefendibles y no para de hablar. Así estaba.

La vuelta fue un paso de la pelea a la risa en lo que duró el trayecto. Ya en casa nadie podía entender la idea de las señoras. Ellas tampoco.

¿Habrán fotos de este memorable momento?... me tinca que no.