Monday, August 17, 2009

Frescolandia

Las hay en todos lados. De vez en cuando las ocupamos nosotros. Pero nos indigna cuando las vemos en donde esperamos que no ocurran. Las triquiñuelas, la tan celebrada “viveza” del chileno han teñido la discusión política, parlamentaria y electoral.

Durante las últimas semanas varios miembros de nuestra clase política han utilizado la pillería para sus propios fines, sacar provecho, burlar la ley y salir airosos, libres de polvo y paja.

El abanderado de la Alianza dice que estaba donde sus abogados, luego en La Serena y también donde un familiar, para explicar porqué su mujer decía que no estaba en la casa mientras había una orden de detención en su contra y se presentaba un recurso de amparo en tribunales. Se defiende argumentando “que todo el mundo hacía lo mismo en esos años”. Un verdadero acto de viveza.

En medio de la indignación ciudadana por el caso de Francisca Silva, un grupo de parlamentarios escudriñaron los códigos y encontraron una fórmula para discutir un proyecto de ley que reponga la pena de muerte en la legislación, todo con el fin de aparecer en los medios “del lado de las víctimas”. Triquiñuelas.

La Presidenta y varios de sus ministros van de gira a la región de su candidato para explicar los alcances de algunos de sus planes. En la ocasión, calificó de majaderos a quienes alegaban por intervención electoral y se refugió en el legítimo de derecho de visitar cualquier zona del país. Lo cierto es que no ha hecho el mismo despliegue en otras regiones. Viveza gubernamental, dicen.

La semana pasada, mágicamente faltaron dos votos para aprobar la ley que impedía la reelección de los parlamentarios. Los mismos personajes que hace algunos meses se escandalizaban por las sedes parlamentarias falsas y apretaban el botón de compañeros de banco para aprobar leyes.

Mientras, la Concertación alega ante tribunales porque sus contendores instalan más carteles que los propios, cuando la ley les prohíbe a todos hacerlo. Pero, como no dice “vote por”,  lo que vemos en las calles, lo que escuchamos en la radio, no sería propaganda electoral. Pillines.

Así los casos suman y siguen. Un senador que copia proyectos de ley en Wikipedia, otro que llama a la subsecretaria de Carabineros para pedir explicaciones porque lo infraccionaron por exceso de velocidad, hasta un ministro que en su auto fiscal utilizaba baliza cuando sólo los vehículos de emergencia podían hacerlo.  Mejor no sigamos.

Estas prácticas son el fiel reflejo del débil estado de la democracia en Chile. Las normas pueden ser interpretadas a discreción por la clase política -  y no existe ningún pudor para reconocerlo-; se le puede “torcer la nariz a la ley”, como dijo Carlos Larraín a Radio Universidad de Chile,  y donde lo que tiene patas de perro, cola de perro y ladra, es un gato.

Y luego llaman a los escépticos a inscribirse en los registros electorales, a “confiarles su voto”, y nos prometen que serán duros contra la corrupción, unos verdaderos paladines de la rectitud, pero después los mismos no se explican el motivo del rechazo constante a los partidos políticos reflejado en las encuestas.

La pillería es una condición del chileno. Pero creo que debemos revisarnos erradicarla. Si cambiamos nosotros como ciudadanos, quizás, y sólo quizás, tendremos una clase política menos vergonzosa. No esperemos un cambio de ellos, eso sería pedirle peras al olmo.