Sunday, March 18, 2007

El día en que maté a Pinochet
Sí, es verdad. No fue en diciembre, sino que el verano de ese mismo año.

Estaba en mi práctica en Negocios de La Tercera. Viajaba a Valparaíso a la inauguración de un tremendo buque de una naviera importante, en un bus lleno de gente de plata y de colegas (gente sin plata).

La cosa es que me llaman al celular. Era la Estefanía, una compañera de la U que estaba haciendo su práctica en EMOL ¿querrá saber algo de lo que estoy reporteando? No creo.

- Aló?
- Hola seba soy la Estefanía Etcheverría, de la U.
- Si, hola, cómo estas?
- Bien. Es que te llamo para pedirte un gran favor, tay muy ocupado?
- Eh, ahora no. Pero que onda? Tu cachay que estoy en La Tercera?
- Si, pero te puedo pedir un favor?
- Eh.. a ver si puedo.
- Es que vamos a hacer una fiesta aquí en EMOL con los practicantes y queremos hacer una broma.
- Ya… y
- Y queremos matar a Pinochet en medio de la fiesta para que todos se urjan.
- Yaaa?… y yo qué teng….
- Y te quería pedir que, como tú tienes voz de radio, que hicieras un despacho con la muerte de Pinochet.
- Es que estoy en un bus con mucha gente….
Debo confesar que la frase “tienes voz de radio” fue la que me sedujo. Me dieron unos minutos, y con una compañera periodista del Financiero (saludos Fresno), preparamos un despacho que contaba que El General había muerto.
Como EMOL significa “El Mercurio” pensé que si me descubrían se acababa mi carrera periodística, por eso cerré la frase con un nombre falso: “Francisco San Martín… Bío Bío, la radio”.
Tiempo después me contaron que la broma había salido fabulosa, que los editores corrieron como desaforados y que en medio del asado se activó la alarma más importante para El Mercurio. Quién iba a pensar que meses después la cosa iba a ser cierta. En una de esas pensaron que era otra broma.

Escuche la Tallita






Friday, January 12, 2007

Qué ganamos!

Leyendo a Anita Rodríguez en su actualizadísimo blog recordé una historia que debe ser contada.

Era un domingo de primavera hace ya un año y tanto. Yo venía de vuelta de mi pega en la radio y hacía un poco de calor. El metro lleno de familias que venían de pasear en el parque o quién sabe dónde. De pronto en la estación Universidad de Chile el carro no parte nunca. Recuerdo bien lo que decían por los parlantes "¡Sigma, sigma!", ¡Que diablos era sigma!

Corren mil y un guardias por el andén hacia el primer carro. Desde el cielo se escucha una locución inentendible, que a la segunda repetición se entiende que debemos abandonar la estación rápido y sin preguntar.

Nadie hizo caso a la primera. La gente se abalanzaba como loca. Yo también fui, con la misma ansiedad que todos, pero lento, haciendo como que controlaba todo y apuntando con el dedo a los mirones impulsivos. Pero nada, sólo quería ver. Me sentí como en la primera escena de la película Tesis, de Amenábar. Esa misma sensación entre miedo, curiosidad, esa tentación de querer lo prohibido. Era tanto el alboroto que no veía nada. Me pasé al otro lado de la estación sólo para observar.

Y ahí estaba ella. Una persona X. Una doña nadie. Vestida completamente de negro. Acostada y con su largo pelo extendido sobre sobre uno de los rieles. Con los ojos cerrados. Se veía como esperando que algo más sucediera.

Recuerdo cómo me sentí luego de ver la escena. Un imbécil. Un estúpido que caía en las garras del escándalo, ese que vemos en las noticias y que nos indigna. Ojalá no les ocurra nunca, porque el arrepentimiento es grande.

Nadie sabía su real estado, pero se veía como durmiendo, tranquila, como que pudo sacar su rabia, su pena o pudo purgar sus demonios. Como que dormía un plácido sueño.

No duré mucho viendo la escena. Abandonando el andén, subiendo la escalera mecánica veía cómo la gente aún quería ver lo que yo vi. Cambio la vista y leo en el mural de Toral :

"Qué ganamos con levantar hermosos edificios, fabricar aviones veloces, artefactos que llegan a otros planetas si no tenemos hombres felices que viajen y los habiten"

Toral lo dijo todo allí. Como que lo tenía preparado. Me apuré en salir de la estación. Callado y avergonzado.